Leo en un mismo diario un artículo que alerta sobre la
llegada constante de inmigrantes ilegales a las costas españolas, y otro sobre
las diez aguas embotelladas más lujosas del mundo.
No se puede negar que tras la avalancha de inmigrantes anda
de por medio el efecto llamada. Aparte de que el gobierno se lo ponga fácil y
por ello se animen a dar el paso, también algo tendrá que ver el hecho de que
por todo el tercer mundo, y merced a las antenas parabólicas, pueden ver las
televisiones del Primer Mundo, y el lujo que vean en series y películas, mas
los exagerados anuncios publicitarios, deben hacer una especie de efecto
Paulov, que los pongan viento en popa hacia la desprevenida Europa.
Pero viendo el anuncio de las aguas, se me ocurre que
algunos de estos anuncios pueden tener un efecto disuasorio. Muchos de esos
inmigrantes en sus pueblos de origen no tienen agua corriente y se las tiene
que ver y desear para poder beberla o alcanzar un mínimo de higiene. Vamos, que
el agua se convierte para ellos en un bien de lujo.
Pues si se les hace llegar que esas diez aguas de alto
pedigrí van desde los 100.000 euros hasta los 20 euros, y todo porque las
botellas están diseñadas por joyeros, o el agua se extrae de glaciares o
manantiales de lo más exclusivo, sin duda pensarían que llegando acá iban a
pasar más sed que en sus localidades. Deberían pensar que si por aquí se cobra
eso por el líquido elemento, qué no cobrarán por una vivienda, una comida
decente o un viaje.
Habría que ir haciendo trabajar a los publicitarios en ideas
que generen el efecto disuasorio.
Las locuras de este mundo en que vivimos.
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