Desde luego podría pasar por algún tiranuelo de algún país del tercer mundo. Ya como presidente de alguna democracia occidental no, pero poco le faltaría.
Cuenta Josefo que un gobernador romano de provincias queriendo congratularse con la población autóctona y viendo las dificultades que tenían para proveerse de agua, dispuso construir un acueducto de unos 40 km. para llevar el preciado líquido a la ciudad. Pero cuando hizo las cuentas se dio cuenta que con lo que le mandaba la metrópoli y descontando lo que se iban quedando por el camino y su cuota personal, aquello no llegaba. Así que no tuvo otra ocurrencia que sacar lo que faltaba del presupuesto del templo principal de la ciudad.
Aquello motivó la subsecuente furia de los dominados, convenientemente azuzados por el clero local, que se quedaba sin capital.
Pero no por ello se arredró el gobernante, que no tuvo inconveniente en mezclar soldados disfrazados con la muchedumbre que protestaba. A una señal aquellos infiltrados empezaron a dar mandobles a diestro y siniestro haciendo una escabechina, pero acabando con las protestas.
Eso sí, no siempre era valiente y decidido. En otra ocasión el pueblo se volvió a levantar porque los soldados portaban imágenes del emperador y las habían ubicado cerca del templo. Lo cual ofendía a la religión de los lugareños y molestaba a los que habían sido vencidos en las guerras que habían llevado a la conquista.
Cinco días de discusiones no sirvieron para que se solucionara el conflicto, así que el gobernador amenazó con ejecutar a los levantiscos si éstos no se retiraban inmediatamente.
Los manifestantes hicieron caso omiso de la advertencia y finalmente los estandartes fueron retirados.
Y por otra ocasión en que volvió a echar marcha atrás este político pasó a la historia, y no con letras grandes precisamente. Ocurrió cuando no se atrevió a soltar a un judío que veía como inocente y prefirió entregarlo a una ejecución inmerecida y todo para contentar a una multitud que pedía sangre convenientemente empujada por el clero de ese templo tan ultrajado.
El nombre de ese político era Poncio Pilato.
Y en las mismas seguimos.
ResponderEliminarAsí fue y así lo has contado. Parece mentira que en 2.ooo años no haya cambiado la cosa demasiado.
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