No es difícil calcular a ojo de buen cubero la cantidad de gente que fuma en España. Toda esa gente, salvo confinamiento domiciliario que cuando escribo esto no existe, tiene permiso para fumar por la calle, tanto si permanece quieta como si está andando. Cuando anda y fuma tiene permiso para no utilizar la mascarilla. Mientras fuma expele el aire (viciado pero aire) junto con el humo.
Para evitarlo se me ocurrió que se podría establecer que se puede fumar en la calle, pero que al menos el que lo haga esté obligado a permanecer quieto. Algo es algo. Alguien podría cruzar más de un núcleo urbano enlazando cigarro tras cigarro, sin necesidad de taparse boca y nariz.
Pero ayer contemplé otra versión del mismo problema. Un señor, entradito en años, era increpado en la calle por llevar la mascarilla bajada. No fumaba, pero sí llevaba entre los dientes el consabido mondadientes. Él replicaba que si los que fuman pueden llevar el cigarro, por qué él no podía llevar su palillo. Palillo que no le obligaba a ir soplando periódicamente. Una señora, también entrada en años, le replicaba que debido a las características de esa afición, el palillo podía durar hasta horas, y en ese caso ya no el núcleo urbano, hasta la provincia entera podía atravesar enarbolando el adminículo de madera.
Los dejé a punto de llamar a la Policía, que ciertamente lo iba a tener difícil para dar una respuesta al dilema.
A la policía la están metiendo en algunos contenciosos que, de no ser por lo triste de las circunstancias, son puro sainete en el que algunos imprudentes y otros, que no son sino chulos de barrio, van provocando al personal. Una lástima que no se les pueda enviar a galeras.
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