Está visto que lo de ser funcionario nunca ha tenido buen predicamento. Hace poco, leyendo un artículo sobre los asirios, he sabido que éstos eran especialmente crueles y sádicos con los pueblos vencidos.
Hay testimonios grabados en relieve de sus costumbres tras las victorias bélicas. A falta de vigencia de convención alguna sobre condiciones de guerra, acostumbraban a arrancar de cuajo las lenguas a los prisioneros.
A los que eran jóvenes, y por tanto con más probabilidades de rebelarse, se les quemaba vivos, mientras que los más talluditos eran empalados, desollados, cegados o se les amputaba manos, píes, orejas o narices.
Pero cuando sabían que alguno de los apresados era un funcionario, al parecer tenían especial predilección por someterle a una curiosa humillación. Tenían preparado una especie de collar de la que colgaban las cabezas de la familia real vencida. Entonces el funcionario debía desfilar con dicho ornamento para regocijo y gozo de los vencedores.
Y no creo que el funcionario al que su familia real le fuera antipática sonriera ante tal “castigo”, porque una vez finalizado su representación, era debidamente mutilado, desollado, cegado, quemado o lo que se terciaria.
Sin duda los asirios hacían con los funcionarios forasteros lo que deseaban para los propios, y los funcionarios asirios preferían que el populacho se desahogara con el funcionariado forastero antes que con el propio.
Curioso, no tenía ni idea de esta anécdota histórica.
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