Me dispongo a tomar un café matutino en un bar de pueblo cuando un grupo de jóvenes situado en la otra punta de la barra del bar llama mi atención.
Por su indumentaria es evidente que deben formar parte de alguna peña de la localidad, y aunque ahora no sean las fiestas del lugar, se ve vuelven de las de otro municipio cercano.
Todos ellos dan manifiestos síntomas de no haber pasado la noche tomando refrescos, pero uno en especial muestra tales signos de una manera más notoria.
La dueña del bar ya no sabe qué hacer ante los gritos, gestos y amenazas del joven ebrio. E incluso sus compañeros llegan a enfrentarse a él. Que no controla la situación es evidente porque uno de los que le amonesta más severamente le saca al menos dos cabezas. Ante ello algunos parroquianos de avanzada edad esperan complacidos a que empiecen a repartirse los golpes y por nada del mundo se lo quieren perder ya que están en primera fila.
Llega un momento en que el joven alto grita al más borracho:
-¡Lo que pasa es que estás borracho, si no sabes beberla no bebas!
A lo que el otro, imperturbable él, pero tambaleándose y con voz pastosa responde solemne:
-¡Sí que sé beber, lo que pasa es que no sé mearla!
Respuesta de desarmó al larguirucho contrincante, provocó la hilaridad de los que estábamos en la barra, a excepción de los vejetes que no se enteraron de la respuesta pero por las carcajadas comprendieron que se habían quedado sin boxeo gratis.
Algo así pasa con muchos de los que toman el poder, que saben asumirlo pero no perderlo en condiciones.
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