Leo un escrito en el que Martín Lutero proponía que todo mendigo sólo pudiera pedir en una ciudad, de tal manera que cada población tuviera su cupo de pedigüeños y así los ciudadanos no tendrían que gastar más de lo debido en limosnas y el hecho de pedir no se convertiría en un pingüe negocio en el que el mendigo obtuviese más despertando la caridad ajena que trabajando como cualquier hijo de vecino. Si el Ayuntamiento de Madrid ha establecido que todo músico callejero debe obtener una acreditación que demuestra su capacidad artística, con todo lo de subjetivo que ello pueda suponer, tampoco sería difícil que todo aquel que quisiera ejercer la mendicidad en cualquier ciudad tuviera que acreditar sus carencias y necesidades para que se le otorgase alguna insignia, marca o distintivo para poder pedir limosna. Así de esta manera el ciudadano que quisiera dar limosna podría saber que a aquel al que le entregare una moneda no le estaría tomando el pelo. Y, eso sí, cada cierto tiempo habría que volver a evaluar a los poseedores de la señal para saber si su fortuna hubiera mejorada y ya no fuera digno de tan dudoso distintivo.
Inteligente Lutero pero en esta época ya no valdrían sus propuestas. En mi entorno los pedigueños o mendigos son miembros de mafias rumanas muy bien organizadas y cada cierto número de horas pasa el el recaudador a quitarles lo recibido a cada uno de los pedigueños.
ResponderEliminarDebe de ser muy rentable el negocio porque los que vienen a recaudar lo percibido por cada uno de sus pobres hambrientos medigos lo hacen en coches de lujo.
La pena, como ocurre siempre en estos casos, es que pagan justos por pecadores, rechazamos a quien nos tiende la mano, porque ya estamos hartos de tomaduras de pelo y el que de veras lo necesite, pasa la doble vergüenza de pedir y no recibir.
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