Siguiendo esta ruta pronto comprendimos que no íbamos a
poder llegar hasta la dichosa cola y que habría que conformarse con ver la
mayor cantidad posible de cascadas, picos lejanos y riscos imposibles que
jalonan el camino.
A todo esto el cielo se iba cubriendo dando un cierto punto
de emoción al asunto, porque una tormenta veraniega con los truenos resonando entre esas paredes
puede ser algo sobrecogedor.
Y para dar mayor inquietud a la situación se sumó los
efectos de la falta de ejercicio durante todo el año, pero aunque en algún repecho
que otro uno notaba que faltaba el resuello, el pensar en todos los kilómetros
hechos hasta llegar allí (en coche se entiende) va empujando. Al final llega el
momento de tomar la drástica decisión de volver, que tiene el consuelo de ser
cuesta abajo. Mirando el mapa comprendimos que habíamos hecho unos 2/3 del
recorrido. Otra vez será.
Mientras uno tiene el sentimiento de envidia sana comparando
el estado de limpieza con el de la sierra de Guadarrama, que a uno le queda más
cerca y que frecuenta con más asiduidad, aunque menos de la debida.
Allí el acceso es ilimitado y se nota. Allí no hace falta un
par de guardas limpiadores, sino toda una División (con tanques incluidos)
Suerte que en la Sierra de Guadarrama llueve lo suficiente, pero parece mentira...este verano hemos perdido miles de hectáreas de monte y siguen sin permitir coger piñas, siguen descuidándolos. Para algo bueno que tenemos que legar a nuestros hijos, es una pena...
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