Craso error el de Ben Laden al ocultarse en el norte de Paquístán. Hasta él debía tener claro que tarde o temprano alguien lo iba a traicionar, y no por las torturas a terceros para revelar información, sino porque el concepto de fidelidad es sumamente relativo en aquella zona, y si no, leáse Los Siete Pilares de la Sabiduría, el libro donde Lawrence de Arabia.
No fue astuto, porque si lo hubiera sido hubiera hecho las gestiones para esconderse en España, por ejemplo en las Alpujarras, lugar vinculado de siempre a la clandestinidad morisca. Si hubiera sido así, cuando la unidad 6 de los SEALS se estuviera aproximando al chalecito donde se alojaba el falaz terrorista, el móvil del árabe hubiera sonado recibiendo una misteriosa llamada advirtiéndole del peligro que se aproximaba, y cuando el comando hubiera irrumpido en la vivienda, se hubiera encontrado sorpresivamente con cuatro lugareños jugando a las cartas.
Claro, que visto lo visto, parece ser que ese tipo de llamadas en España se reciben en los bares, y uno no se imagina que Osama ben Laden frecuentase mucho los bares por aquello de su cultura islámica. Y eso le perdió.
Claro, que también le había quedado la opción de esconderse en Siria, país que al parecer debe gozar de una bula especial de la que debe carecer Libia, y que le libra de intromisiones y presiones internacionales de todo tipo.
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