A pesar de tener las calificaciones más altas de su clase,
Andrew fue expulsado de su escuela por exhibir conducta
violenta. Las autoridades de la escuela lo acusaron de asalto
criminal y posesión de un arma mortal.
Andrew quería seguir los pasos de su padre, un Navy Seal, y
asistir a la Academia Naval. Pero ahora, luego de tales
cargos, ni siquiera podrá entrar en el Instituto Militar.
Hace unos meses, Andrew, de sólo 12 años, usó un lapicero
vacío para lanzar pelotitas de plástico a sus compañeros de
clase. El Directivo de la escuela consideró que había
cometido un crimen, expulsándolo de la misma.
El juez asignado a su caso opinó que la escuela había ido
"demasiado lejos", pero que legalmente no podía hacer
nada, por lo que dictó la sentencia en contra de Andrew.
En España el castigo hubiera sido similar, no por la
"gravedad" de los hechos, por poner en peligro la integridad
de sus compañeros o por la inusitada violencia de su acción,
simplemente en cuanto hubiera dicho que quería ser militar o
que su padre lo era, la sentencia ya estaría dictada.
En cambio, de haber sucedido en ciertas instituciones de
enseñanza radicadas en cierta parte norteña del territorio
nacional, y con otro tipo de vocación para padre e hijo, las
calificaciones hubieran mejorado más aún.
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