Es paradójico que Al Capone acabara entre rejas no por sus múltiples asesinatos, que fueron muchos, sino por sus problemas con los impuestos. Se ve que su error fue darle al Estado donde más le dolía.
Y he sabido que algo parecido sucedió, algo más tarde, al otro lado del Telón de acero. El escritor búlgaro Georgi Markov allá por la década de los 70 era un furibundo anticomunista que hacía todo lo que podía para fustigar al régimen que ostentaba el poder en su país. Y las autoridades más o menos lo toleraban capeando el temporal. Teniendo más que controlada la disidencia, tampoco se sentían amenazados.
Pero Markov cambió de objetivo, y en vez de dirigir sus dardos contra los modos brutales y arbitrarios del gobierno de Sofía, comenzó a denunciar la corrupción que campaba a sus anchas entre los dirigentes búlgaros.
Ello suponía que Moscú podía pedir cuentas y de un plumazo derribar a la cúpula y colocar a otros en su lugar que fueran igual de brutales pero más cuidadosos con las maneras de manejar los dineros.
Fue visto y no visto, y en poco tiempo los servicios secretos búlgaros quitaron de en medio a Georgi con el famoso paraguas búlgaro. Un agente “accidentalmente” le clavó la punta de un paraguas al escritor, inoculándole ricina, lo que le provocó en pocos días la muerte.
Y es que hay cosas con las que no se puede jugar.
Y viene diciendo Turquía, con sus 783.562 km2 de superficie y sus más de 83 millones de
habitantes, que Chipre, con sus 5896 km2 de superficie y sus 956.800
habitantes, tiene secuestrada a Europa al obligarla a adoptar una postura de
fuerza y firmeza en el Mediterráneo Oriental.