Curioso es constatar que todos los que atienden la hostelería, aunque usen mascarillas en su labor, tienen con lidiar con clientes que consumen sus productos a cara descubierta.
La gran mayoría de los hosteleros
usan mascarilla quirúrgica, esa que no permite arrojar los virus a los demás,
pero sí son ineficaces ante los que proceden de los demás.
Generalmente las jornadas en
hostelería son largas y el trato con el cliente muy cercano: barra, servicio en
mesas, manejar los cubiertos y desechos de los clientes, y de regalo, a menudo
tener que lavar los aseos donde esos clientes han hecho de todo.
Por no hablar de aquellos que sirven
en mesas de terraza donde los clientes además fuman, y tienen a bien expeler sus
humaredas, no a los que están sentados con ellos, sino a otras mesas o al
camarero que casualmente pasa por ahí.
Sin embargo, los contagios
sufridos por estos trabajadores no son significativos. En esta enfermedad, en
que las estadísticas priman sobre todo, ya se sabría ese dato, y no sucede.
Algo no cuadra, ya sea en relación
con el modo de contagio o a la protección que supuestamente proporcionan las
mascarillas.
A ver si al final va a resultar
que los bares sí son un lugar seguro.