El anillo.

 

Refiere la revista The Archaeologist que se ha encontrado este anillo de la época vikinga. Concretamente en la tumba de una mujer, con una antigüedad de unos 1200 años, situada cerca de Estocolmo.

En el anillo se puede ver una inscripción que reza “Para Allah”. De ello se infiere el contacto directo entre los vikingos y el califato abasí.

Queda la duda de saber cómo llegó el susodicho al dedo de la vikinga. Tal vez fuera, como sugiere la revista, mediante el intercambio y las buenas maneras comerciales. Evidentemente no hay recibo alguno que lo respalde.

Puede ser que el anillo cayera en el botín de un vikingo, y este posteriormente se lo llevara a su mujer o novia, evidentemente ignorando el significado de la inscripción. Y más nos vale que si alguien sugiere que la vikinga pudiera ser una musulmana conversa, ya estarían los fanáticos de turno queriendo estirar los dominios del Al-Ándalus hasta los confines de la Laponia.

Ahora faltaría localizar por las playas del Mediterráneo qué dejó el vikingo, si alguna joya vikinga o el dedo cercenado de una joven. Claro, que este último caso también habría algún fanático clamando venganza.

La vuelta del trole.

 

Andan todo enfervorizados por Israel porque haciendo experimentos y pruebas, porque han logrado que en una carretera de 2 km de longitud han colocado un dispositivo de 600 mm electrificado. Eso sirve para que en ese breve tramo, camiones a los que se ha colocado una especie de trole, dejen de utilizar el pernicioso combustible fósil y funcione con electricidad.

Es el afán que el transporte terrestre disminuya sus emisiones contaminantes mortíferas, y esa podría ser la solución. De momento se comenzaría con el transporte pesado, y más adelante se plantearía para los vehículos ligeros. Aunque proveer de un tendido eléctrico las principales autopistas europeas no parece moco de pavo, pero andan en ello. Otra ventaja sería que las baterías de los coches eléctricos ya no serian necesariamente de tanta capacidad y facilitaría su construcción y mantenimiento, ya que mientras usaran este sistema, podrían irse recargando para los tramos donde no hubiera tendido eléctrico.

Lo que, sin duda, pensarán los más ancianos del lugar es: Entonces, ¿para qué quitaron los tranvías?

Chollos que se acaban.

 Es de temer lo que se avecina. Dinamarca ha tenido la ocurrencia de establecer que todo emigrante que se halle en su territorio deberá trabajar para poder permanecer en el país. En el caso de que no lo consiga, estará obligado a hacer 37 horas de tareas sociales. Vamos, que no hay excusas, o cotizas o no tienes nada que hacer.

Eso hace suponer que algún tímido laboral, que los habrá, decidirá que ha llegado el momento de cambiar de aires, y más teniendo en cuenta que los inviernos en aquellos pagos son demasiado fríos por mucho cambio climático que haya.

Así que es de temer que pronto los tengamos por aquí, donde ni gobierno ni oposición se plantean una decisión así.

Son los momentos en que se echa de menos una normativa europea común, que hiciera que una medida así fuera impuesta en toda la Comunidad Europea.

E incluso podría darse el caso de que alguna que otra comunidad autónoma dictara una ley similar, y el maremágnum que se podría originar, sería de órdago. Con emigrantes desplazándose de una región a otro y un fuego cruzado de denuncias acerca de las competencias que habría que tener para legislar de ese modo.

Fomento.

 Hoy en día cualquier chispa que salte en el tablero internacional nos puede afectar, aunque ésta se halle a miles de kilómetros de distancia. Digamos que el Globo se ha hecho mucho más pequeño.

Y si, encima, esa chispa se produce en China, el efecto es indudable.

El gigante asiático presumirá de ser comunista, pero ese comunismo es de lo más particular. De momento ha permitido que se creen unas empresas tecnológicas impresionantes y poderosas, que ayudan a su país mucho más que su tampoco desdeñable ejército.

Pero, parece ser, que esas empresas están adquiriendo más fuerza de lo que al gobierno le interesa, y ya se está produciendo algún que otro roce. Y cuando dos mastodontes se rozan, las chispas pueden perjudicar, y mucho, a los que se mueven alrededor.

La corrupción es un mal endémico en China, y aunque, de vez en cuando, algún macroproceso se lleva a unos cuantos corruptos (o supuestos corruptos) por delante, el mal continúa.

Aquellas empresas disponen de ingentes ingresos con que financiar esas corruptelas, y el gobierno dispone de fuerza para reprimirlas con mayor o menor legalidad. El sistema judicial chino tampoco es que sea impecable. El conflicto venidero es seguro, y el resultado impredecible. Pero a ellas les interesa manejarse más en un sistema como el norteamericano que, sin ser perfecto, al menos les pondría menos cortapisas.

Ahí deberían estar un poco listos los yanquis, alimentando ese conflicto. Y si a eso añadiéramos una pizca de fomentar los deseos de mayor autonomía de las etnias musulmanas en China, que también llevaría a encontronazos con el gobierno chino. Encontronazos que deberían llegar a oídos de los talibanes para hacer más difícil la introducción de China en Afganistán y sus golosas tierras raras. Todo ello pondría un poco más difícil las cosas a China y un poco más fáciles al resto de los mortales. Lo malo es que a los chinos también se les da muy bien eso de alimentar conflictos más allá de sus fronteras.