Muy malita debe andar la cosa por Corea del Norte. Sabido es de hace tiempo que con frecuencia las hambrunas azotan a la población y que las pasa realmente canutas. El viejo tópico del dictador loco que prefiere gastarse el presupuesto en gastos militares antes que en gastos sociales, se cumple a la perfección. Eso sí, previo descuento del porcentaje para sus gastos y sus colaboradores.
Vamos, que esas carestías además la aprovechan para manifestar orgullosos lo poco que azota la obesidad infantil a los niños coreanos, al menos los que no son descendientes de la élite.
Pero parece que los que están más abajo de esos elegidos empiezan a notar que las cosas no andan bien.
En toda dictadura que se precie, las clases dirigentes tienen que mimar a las fuerzas de seguridad. Ellos son el puntal en que se asienta su poder, ya que son ellos los que ostentan el monopolio de las armas, y por tanto muy peligrosos si se vuelven contra el amo que les da de comer.
Hace pocos días un guardián fronterizo ha desertado con fortuna relativa, y digo relativamente porque aunque ha logrado huir, en el intento se ha llevado varios balazos de sus compañeros. Aún así, ha conseguido llegar a Corea del Sur y ser inmediatamente atendido.
Cuando ha sido operado urgentemente, se ha encontrado en sus intestinos varios gusanos y parásitos, fruto de la desnutrición y el comer alimentos en mal estado.
Uno no se imagina a Franco dando mal de comer a sus grises, o a Stalin haciendo pasar hambre a sus agentes de la KGB, así que parece que al gordito norcoreano se le está acabando lo que tiene en la despensa. Y no parece ser de los que comparten así como así.