Hay que ver como degeneran los
conceptos. Podemos ver como aproximadamente hace 3000 años un hebreo escribió
todo bienintencionado “¡Cómo amo tu ley, sí! Salmo 119:97. Y unos 2000 años
después, allá por el siglo XVIII se podía leer “La ley es un pozo sin fondo…
todo lo devora”. Me imagino la impresión que se llevaría ese autor si viera las
dimensiones que ha alcanzado la ley hoy en día.
Entonces el motivo de su queja
era la demora que padecían todos los procesos, lo cual llevaba a la bancarrota
a muchos litigantes, ya tuvieran razón o no. Incluso a la hora de meterse en un
juicio una razón a valorar era si se tenían herederos que pudieran llevar adelante
la causa.
Aún así, creo que la verdadera
culpable no es la ley, sino el reglamento. Ese pequeño ser que desarrolla y
lleva a su verdadera interpretación, desarrollo y aplicación a la bienintencionada
ley. Ese reglamento que se reproduce sin medida, que es prolijo, enrevesado y
ambiguo, y que establece plazos, detalles y matices a su libre antojo. Ese sí
que es un pozo sin fondo.
Y sirva como ejemplo el saber que
tan solo en España cada día se publica un BOE bien cargadito de leyes y reglamentos
(sobre todo de estos últimos), un boletín por cada comunidad autónoma a lo que
hay que añadir las disposiciones de cada ayuntamiento, diputación provincial, cabildo
y consejo insulares.
Y por si todo ello fuera poco,
nos queda la mastodóntica legislación de todo tipo que emana de la Comunidad
Europea.
Vamos que, si en el siglo XVIII
estaban ante un pozo sin fondo, en el siglo XXVI estamos ante un auténtico
agujero negro del espacio.
Se les da muy bien a algunos esto de establecer normas para los demás.
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