Vicente, nuevamente, comenzó a recordar y gozar. Habían
pasado dos años desde que se jubiló, y
con persistencia mantenía esa forma de recordar lo que había sido su vocación.
Desde niño había estado obsesionado con los trenes, joven, había conseguido ser
maquinista, y años más tarde, por una enfermedad visual, había tenido que pasar
a ser revisor de cercanías.
Ahora, todas las semanas, martes y jueves, se montaba en un
cercanías para desplazarse unas diez estaciones, recorriendo el pasillo arriba
y abajo, sin pedir billetes, pero disfrutando del olor, el traqueteo y todas
las sensaciones de sus trenes.
El encanto del tren.
ResponderEliminarMalo ese síndrome de nostalgia de trabajo. Más le valdría apuntarse a una Peña de tertulias.
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