Recientemente he leído una reseña en la que alguien se quejaba del “follón” que montaban unos niños sentados (no correteando entre las mesas) en una mesa cercana en un restaurante.
Gente así hace que proliferen restaurantes, bares, hoteles, etc. en la que los menores son proscritos. Dándose así un nuevo apartheid. Mientras tanto, curiosamente, se ven más centros comerciales, hoteles, playas, establecimientos, etc. donde los perros y demás mascotas son bienvenidos.
Es gente que no sabe apreciar lo bueno de la vida. Hasta hace poco, mis hijos me han montado escandaleras descomunales cuando hemos ido a restaurantes, tiendas, hoteles, etc. He tenido que bregar para que los demás clientes no nos lincharan con toda justicia o acabáramos en un calabozo.
Ahora ya han crecido, y no tengo que pasar por esas tesituras. Así que no entiendo como esos que se quejan, no saben apreciar el placer de ver cómo son otros los que pasan por esos aprietos, angustias y sufrimientos.
Al fin y al cabo, el espectáculo está en ver cómo otros sufren y afrontan dificultades insolubles, y hasta elaborar mentalmente soluciones ante esas pruebas que el Señor Todopoderoso manda a esos jóvenes e inexpertos padres de familia.
Los míos ya no dan espectáculo, pero the show must go on.
