Jamás he fumado y más bien he sido un furibundo antitabaquista. A menudo he fustigado y fustigo a todo aquel que le da por encender un cigarro en mi entorno. Ello me ha provocado quejas y lamentos de aquellos que han sufrido mi santa ira.
Por ello, a veces he pensado si no estaba llevando demasiado lejos en mi indignación, pero una noticia que he leído recientemente me ha llevado a la conclusión de que he sido muy, pero que muy moderado.
En la occidental y liberal Francia, una mujer sintió el apremiante deseo de echarse unas caladas, y tan urgente debió ser su necesidad de alivio, que no espero a salir a la calle, sino que decidió esconderse en un habitáculo del lugar donde se encontraba y encender un cigarrillo.
Sus problemas comenzaron cuando fue descubierta por un hombre y reprendida por fumar ahí, y es que lugar donde se hallaba era nada menos que la mezquita de Lyon.
Ella pidió disculpas, apagó el cigarro y el hombre se alejó. Pero en unos minutos el hombre pensó que había pecado de lasitud a la hora de regañar a la fumadora, así que volvió sobre sus pasos y trató de estrangular a la mujer, que tras un forcejeo se libró por los pelos, huyó de la mezquita, y suponemos que una vez en la calle se echaría unas caladas para tranquilizarse.
Eso es combatir el tabaquismo por las bravas y lo demás tonterías.
No me extraña nada. Esos moros son capaces de estrangular si ven a una mujer en pantalones cortos.
ResponderEliminarPues va a ser verdad que el tabaco mata.
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