Tendemos a soliviantarnos e indignarnos cuando se conoce que los políticos, al retirarse por voluntad propia, decisión de sus jefes o derrota electoral, cobran cuantiosas pensiones de por vida. Y a veces por tan solo unos meses en sus puestos. Cualquiera, trabaje en la empresa privada o pública, se indigna con razón.
Pero también es de notar que, si sabiendo que van a tener los riñones bien cubiertos luengos años, defienden con uñas y dientes su posición frente colegas y enemigos. Qué no harían si supieran que si caen en desgracia, van a pasar hambre y privaciones.
Llegaríamos al caso de la Rusia soviética o la Alemania nacionalsocialista, donde quien se encaramaba en una poltrona, sabía que si caía en desgracia, podía acabar deportado, fusilado y a menudo con las mismas consecuencias para sus familias. Por ello no dudaban en recurrir al homicidio, la delación y cuanto hiciera falta para mantenerse en la cúspide. Y no le bastaba con eso, tenía que luchar con toda fiereza para optar a mejores puestos y así defenderse mejor de los depredadores que venían por debajo.
Casi mejor dejarlo como está.
Sí, mejor no moverlo.
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