He vuelto hace un momento del
aeropuerto, y he comprobado como en las colas de embarque los pasajeros andaban
preocupados ante la eventualidad de que sus voluminosas maletas se pasaran de
peso o medida, exponiéndose a una tasa extra o tener que dejar el bulto en
tierra.
Cuando ha comenzado el embarque
había tal aglomeración de pasajeros y falta de tiempo, que se ha procedido a la
facturación sin medir ni pesar. Todo ello para la desesperación de más de uno
que habrá dejado cosas sin meter en la maleta.
Supongo lo anterior es algo que
sucederá habitualmente, y las autoridades cuentan con que la inmensa mayoría de
los pasajeros no se arriesgarán.
Ayer leí que algo parecido sucede
en Corea del Norte. Allí todo está absolutamente controlado, incluso la
actividad con los pocos móviles de que se dispone. El acceso a internet está
bastante capado y limitado, pero siempre queda hacerse con una tarjeta SIM en
el marcado negro y poder acceder a contenidos prohibidos. Pero el Estado
omnipotente de vez en cuando procede a controlar la actividad que uno hace con
sus teléfonos y si comprueba que se está
visitando webs no autorizadas a uno se le puede caer el pelo. Y eso allí
no es ninguna nimiedad.
También sabe los norcoreanos que
es imposible que el Estado puede acceder a todos los teléfonos las 24 horas del
día. Pero siempre cabe la posibilidad de que te toque la china, y por eso la
inmensa mayoría se reprime.
Pero en el tráfico español sucede
totalmente lo inverso. Las carreteras están plagadas de radares, coches de la
Guardia Civil, helicópteros y hasta drones, pero las burradas se siguen
cometiendo a mansalva.
Y es que, conociendo la
mentalidad del conductor medio, hasta que no se instale en todos los vehículos un
tacógrafo o chip que se chive de las infracciones cometidas, las buenas
conductas no van a llegar al asfalto patrio.
Solo nos salvará el saber que el
100% de las faltas van a ser penalizadas. Y aún así, alguna caerá.
Los pícaros, siempre saldrán bien librados.
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