Me escribe un amigo, socialista acérrimo, todo soliviantado, furibundo e iracundo, bramando porque las Derechas, así en plural, andan acomodadas en el Parlamento, que es el Templo de la Soberanía Popular, sí, así de cursi.
Mi primera imagen mental ha sido la necesidad de un Jesucristo que, látigo en mano, sacudiera una buena mano de latigazos y limpiara de mercaderes inocuos el Templo. Insisto en lo de inocuo, porque al igual que habría samaritanos malvados, también habría en Jerusalén mercaderes y publicanos honrados y moralmente irreprochables.
Pero la malevolencia se ha impuesto a la benevolencia, y dicha imagen ha sido sustituida por la necesidad de un Sansón que amarrado a una columna del Templo y, recuperadas sus fuerzas, echara todo abajo en plena fiesta de la Democracia.
Ahora solo falta una Dalila y unas tijeras.
No vendría mal una buena limpieza.
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