Da un poco de repelús e inquietud saber lo que está
sucediendo en Túnez. Allí un vendedor ambulante desencadenó toda una revolución
al inmolarse a lo bonzo. Protestaba porque su puesto fue requisado por la
Policía por no poder pagar sucesivos sobornos.
La revolución fracasó y la juventud tunecina se siente
frustrada y amargada. Desde entonces los suicidios juveniles han aumentado
geométricamente, sin que las autoridades hagan mucho para evitarlos.
Y si eso sucede por motivos económicos y profesionales, qué
no serán capaces de hacer si las motivaciones son religiosas e ideológicas,
donde además existe la esperanza de que el suicidio sea recompensado en la otra
vida.
Tal vez los países europeos deberían plantearse poner algún
remedio a lo que se avecina, no con caridades que no conducen a nada positivo
salvo alimentar al enemigo, y sí con la fundación de centros al estilo del
instituto Cervantes, que poco a poco vayan cambiando las mentalidades tanto de
las élites como de las exiguas clases medias para que se vaya atenuando tanta disposición
kamikaze.
O se solucionan los problemas en origen, o serán meras cataplasmas.
ResponderEliminarUn mundo sin paz. Lo de siempre.
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