Pero hay que ver cómo somos en este país. Ha sido ver a la ministra de Igualdad y al ministro de Consumo dando cuenta de unas avellanas en el Congreso, para que todo el mundo se lo afee.
Tal vez antes, las reglas de urbanidad no permitían comer en
determinados sitios: en el cine, en las iglesias, en los centros sanitarios,
etc., pero todo ello ha cambiado mucho. En los cines las palomitas son
devoradas con fruición, en las iglesias puedes comer, que nadie te va a decir
nada. Y qué decir de los centros de salud. No son pocos aquellos que según se
les hace un análisis de sangre que exige ayuno, para sacar un desayuno de lo
más opíparo, sin ni siquiera esperar a salir del centro.
Ambos ministros han mostrado un claro mensaje de solidaridad
y entrega. Pudiendo acercarse al bar del Congreso, con sus precios irrisorios,
han preferido llevarse unos frutos secos al puesto de trabajo. Aunque es de
suponer que no se trata de avellanas adquiridas en el Mercadona más cercano. Hubiera
sido la contradicción personificada.
Urge que ambos políticos aclaren de dónde sacaron las
avellanas y de qué denominación de origen proceden.
Y es de esperar que dejaran sus escaños y el suelo
impolutos, y se ha de agradecer que ambos tuvieran la buena educación de masticar
los frutos secos con la boca cerrara.
Y es que es difícil ver a la ministra de Igualdad con la
boca cerrada.
Fruto de la educación que impera en estos tiempos. Lo del chicle en las aulas, lo han dejado ya los docentes por imposible, ahora están empeñados en que los alumnos no coman en plena clase, pero visto el ejemplo de los padres de la patria, otra batalla perdida.
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