Siempre he pensado que todo diputado debería poseer un título universitario.
Vale que antes ese tipo de
estudios solo eran posibles para las clases altas, y que la única posibilidad
para los menos solventes eran las becas. Pero ahora esa titulación no es tan dificultosa
y con esfuerzo se puede conseguir. La prueba es que en todas las formaciones
políticas se puede encontrar algún titulado universitario.
Si para los funcionarios de categorías
más altas se piden títulos, también habría que hacerlo con los que tienen la
responsabilidad de sentarse en un escaño.
La segunda parte sería impartir a
todos los estudiantes algún tipo de formación económica. Que sepan cómo
funciona la oferta y la demanda, lo que es el mercado bursátil y como funcionan
las hipotecas y los créditos.
Y, por supuesto, esa formación
habría que dársela a los que ocupan nuestros escaños. Así aprenderían que leyes
populistas y demagógicas hacen que las empresas huyan de los países buscando refugio,
tranquilidad y posibilidad de prosperar.
No hay que matar ni espantar a la gallina de los huevos de oro. Se ve
que no se han leído el cuento, o que están esperando que salga la versión woke.
O que no ven más allá de sus propias narices.
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