Andan los de Éxodo, revista que defiende con uñas y dientes todo lo relacionado con la Teología de la Liberación y todo a mayor gloria de Jorge Bergoglio, intentando combinar su visión marxista de la Biblia con la dura realidad, y lo curioso es que a menudo enternece ver cómo sus encajes de bolillos les lleva a superar lo insuperable.
En uno de sus últimos números defienden la vuelta de la institución del Jubileo al mundo, esa ley por la que cada siete años se perdonaban todas las deudas y cada 50 años se volvían a repartir las tierras entre todas las tierras de Israel (Levítico 25:8-19), instituciones que debieron caer pronto en desuso porque acreedores y compradores, conociéndolas, las tendrían en cuenta a la hora de hacer sus transacciones. De hecho en el moderno estado de Israel no se sabe que consten en sus códigos de leyes.
Pero en las páginas de esta revista, y protegiendo a capa y espada todo lo que sea en favor del inmigrante, legal o ilegal, habla de que Jehová llamó para su misión al emigrante Abraham, aunque lo cierto es que cuando lo llamó él estaba pacíficamente establecido en su tierra, y no se movió ni por motivos económicos ni de persecución.
Pero combinando ambas propuestas, me pregunto cómo defenderían los redactores de la revista la conclusión lógica de que toda tierra comprada por inmigrantes deberían ser devueltas por estos a sus vendedores una vez transcurridos los 50 años de rigor. Sería una triste paradoja.
En un mundo como el nuestro, planteamientos como este, no se sostienen.
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