Con razón se dice que la historia se repite. Hace unos años, Javier Cercas publicó un libro, El impostor, sobre un español que se hizo pasar por superviviente de los campos de concentración nazi. Gracias a ello estuvo presente en congresos, actos de todo tipo y presidiendo asociaciones, todo ello hasta que se descubrió el pastel y tuvo que reconocer su mentira.
Al parecer no lo hizo por afán de lucro sino principalmente por el deseo de figurar, y bien que lo consiguió, incluso después de que destapó todo.
Y ha vuelto a pasar. El martes le prepararon una encerrona a Ortega Smith en un acto contra la violencia de género. Fue increpado con dureza por una marroquí en silla de ruedas, también presidenta de asociación, presente en todo tipo de actos y por tanto percibiendo ayudas, subvenciones y donativos.
Pero esta vez todo ha sido más rápido, cosas de la tecnología que permite acceder a la información mucho más rápido que en el caso anterior. Y se ha descubierto que la minusvalía de la marroquí no era producto de la violencia de género, que se la provocó su cuñado, iraní, en una trifulca no muy aclarada, que ha estado rozando la cárcel por chanchullos de drogas y que la finalidad de su actividad actual es favorecer exclusivamente a mujeres marroquíes y lograr que los jóvenes magrebíes residentes en España reciban su educación según la cultura de su país de origen. Como se suele decir, la han pillado con el carrito del helado, aunque como de costumbre es de suponer que la verdad quedará nuevamente orillada.
Por cierto, que los de Vox se busquen otros maquilladores, tras el espectáculo las imágenes de los otros políticos eran normales, mientras que la de Ortega brillaba hasta hacer daño a los ojos pareciendo que estaba sudando con profusión. Y algo así hizo perder a Nixon su debate con Kennedy.
Lo de esta mujer y lo de quienes se aprovechan para montar el follón, es indignante.
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