Reconozco que no soy muy devoto de la costumbre de aplaudir
la labor de los sanitarios, limpiadores de hospital, Fuerzas de Seguridad,
transportistas, reponedores de supermercado, niños confinados, autónomos, etc.
Y pongo etc. porque seguro que algún colectivo me dejo en el tintero. Tampoco lo denuesto, porque viendo
las razones de sus críticos, tampoco veo fundamentos sólidos para oponerme, así
que opto por una solución intermedia: salgo a la terraza, pero no aplaudo.
Mientras este sea un país libre, que cada uno haga lo que quiera dentro de los
límites del Estado de Alarma.
Hace poco leí que muchos propietarios de perros se han
quejado de los aplausos porque los animales se sienten molestos, desconcertados
y confusos. Supongo que tampoco es tan difícil durante esos cinco minutos
mantener el perro en casa y dejarlo en algún lugar alejado de las
ventanas. Pero, claro, siempre queda más
in quejarse y reclamar algo, por muy disparatado que sea.
Recuerdo la que se lió cuando Excálibur, el perro de la
auxiliar de enfermería que podía estar
contagiado de Ébola fue sacrificado. El país se levantó prácticamente en armas
y la popularidad de Rajoy voló en pedazos.
Ha tenido suerte Sánchez al constatarse que los perros no
pueden contagiarse del coronavirus. Si hubiera sido al revés y fuera conveniente
el sacrificio de perros, la sangre correría por las calles y seguramente no se
trataría de sangre canina. Esperemos que al maldito virus no le dé por mutar y
hacer posible tal hipótesis.
Hay bastantes cosas que denotan que estamos en una sociedad bastante enferma.
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