Decía Chesterton que cuando se deja de creer en Dios enseguida
se cree en
cualquier cosa. Y se me antoja que algo parecido va a
suceder cuando la pandemia haya pasado dejando su rastro de muerte, enfermedad
y ruina.
En todo el mundo civilizado a la gran mayoría de la sociedad se la ha
tenido confinada en mayor o menor grado, lo cual ha servido para que durante un
buen tiempo se haya tenido al común de los ciudadanos sin deportes, cine, teatro,
bares, viajes y apenas poder practicar sus habituales hobbies.
Cuando las gentes puedan disfrutar de algo de libertad, tal vez se
cuestionen muchos de sus hábitos anteriores, los cuales aparte de suponerles un
buen gasto de su salario hacen que ese mismo gasto mantenga, o mantenía,
engrasada la economía.
Mucho me parece que tras esto el gusto de muchos va a cambiar, lo cual va
suponer el ascenso a los altares de nuevos ídolos y la caída de otros.
Lo que no cambiará es que cada uno de los nuevos ídolos tendrá su cofradía,
que con toda seguridad se batirá a muerte con las demás. Eso es algo que ni el
más abyecto de los virus puede cambiar, y todo ello pese a que los gobiernos de turno y las multinacionales que los mantienen se empeñarán en imponer la homogeneidad.
Y si ha alguno se le olvida, ya se encargará el virus (este o cualquier otro) de recordárnoslo cuando una nueva pandemia nos azote.
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