A lo largo de la historia, el ser afrancesado en España ha tenido unas connotaciones negativas. Suponía ir contra el resto de la sociedad, creer que merecía la pena fijarse en cómo se manejaba el vecino de arriba e intentar irlo introduciendo acá poco a poco.
Yo también era de la opinión de
que poco bueno podía venir allende de los Pirineos, y que más valía buscarnos
la vida por nuestra cuenta y riesgo.
Pero mi opinión ha variado un
poco después de leer un artículo y conocer cómo se maneja el sistema judicial
galo.
A raíz del juicio que se va a
celebrar contra el único terrorista superviviente de los atentados de París, he
sabido que existe la medida de cadena perpetua sin posibilidad de reducción de
pena; que también existe la posibilidad de imponer una pena (en este caso 22
años), y que tras cumplirlos es cuando el penado puede pedir libertad
condicional o permisos. Antes de cumplir la pena impuesta ni siquiera se escuchan
las peticiones del preso. A veces se es condenado a cadena perpetua, pero se
concede que tras los 30 años de cumplimiento de la pena, el condenado pueda pedir
esos privilegios, todo un “chollo”.
Y que no se quejen los juzgados, que la pena de muerte fue
abolida en 1981, y el último guillotinado data de 1977. Vamos, hace nada.
No vendría mal un código penal más afrancesado.
En algunas cosas no vendría mal copiar de ellos, en efecto.
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