Ya sabemos que los doctos historiadores se empeñan en que los cambios históricos no se deben a sucesos puntuales, y que todo se va pergeñando poco a poco. De tal modo que las transiciones, los cambios de tendencia, las revoluciones y los vaivenes van madurando con calma, hasta que se desata la vorágine que nos hace parecer que un cambio radical se ha dado.
Pero, por mucho que se empeñen,
no puedo de dejar de inclinarme a que los musulmanes podían haber perdido su hegemonía
en la península debido a un mote.
Y es que un mote bien elaborado,
socava la reputación de cualquiera y le deja hecho unos zorros si se quiere
dedicar a liderar nada menos que el campo musulmán durante los tiempos de la Reconquista.
Poco antes de la batalla de las
Navas de Tolosa, el bando musulmán era dirigido por Amir al-Mú’minin, que
traducido sería el Príncipe de los Creyentes.
Pero sin duda, aquello debía ser
harto difícil de pronunciar por los que componían el ejército cristiano, así
que a dicho príncipe se le comenzó a denominar Miramamolín, más fácil de pronunciar,
pero sin duda más irrespetuoso.
Y no hay quien me convenza de que
ahí comenzó el declive sarraceno.
En esta tierra nuestra, siempre se nos dio muy bien lo de los motes llamativos.
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