Hace tiempo escuché, y
repetidamente, que una familia humilde se reunió para comer. Antes de comenzar,
la madre se atrevió a orar, y en su oración, tuvo la ocurrencia de decir que
esa comida no se la merecían.
El padre, que, para ganar ese
pan, se dejaba los lomos día a día, tuvo un ataque de furia. Vociferó que ¡Cómo
que no se merecían ese pan!
Agarró la olla con la pitanza, y
la arrojó por la ventana, espantando a su familia y vecinos del inmueble.
Supongo que, de ahí en adelante,
la buena mujer, cuando orase, recalcaría que lo que iban comer era el pan NUESTRO.
Vamos, con derecho a uso y disfrute de la familia. Si no, los ayunos iban a ser
prolongados.
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