Viendo la tesitura en que se encuentra Pedro Castillo para justificar lo injustificable, no puedo por menos que decir que es una situación que me recuerda a mis años mozos.
Me trae a la memoria esos domingos, cuando mis amigos y yo
nos levantábamos con una resaca espantosa, cuando nuestros padres nos habían
abierto la puerta, y se habían dado perfecta cuenta de en qué estado calamitoso
llegábamos al hogar.
Llegaba el momento en que éramos interrogados acerca de por qué
habíamos bebido de esa manera.
Todos, la primera vez, habíamos aducido que sólo habíamos
tomado refrescos o zumos, y que seguramente nos habían echado algo en la
bebida.
Hubo a quien le funcionó una o dos veces, a otros ninguna. Y
evidentemente dejó de ser una excusa válida.
Mucho me temo que a Castillo no le va a funcionar ni una. Además,
si fuera verdad que estaba borracho al dirigirse a la nación, debería recordar
que sólo los borrachos y los niños dicen la verdad. El alcohol le habría
destapado el subconsciente.
Curiosas, manidas y poco imaginativas disculpas.
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