El domingo pasado me bajaba del autobús, y todos los que lo hacíamos éramos abordados por una señora, de etnia gitana ella, que nos ofrecía una ramita de romero para que nos diera la buena suerte.
Pensaba que muy efectiva no debía
ser la dichosa ramita, ya que le obligaba a esa tarea una mañana de domingo.
No vi que nadie la comprara. A mí
ni me la llegó a ofrecer, supongo porque me vio cara de tener pocos posibles,
de ser un descreído de esas supersticiones o no verme merecedor de tener buena
fortuna. O todo a la vez.
Sin embargo, se la ofreció a quien
bajo del autobús conmigo. Un joven que parecía sacado de una telenovela turca:
gafas de sol, pelo repeinado y collares dorados.
La respuesta de interpelado fue: “Que
soy gitano”. Que a los que lo pudimos oír, nos sonó como “A qué me vienes con
esas, que yo ya me sé la efectividad del sortilegio y no pertenezco a tu segmento
de mercado”. Que era lo mismo, pero con
menos palabras.
Y ella respondió con un “¡Ah!”,
que se podía traducir por un “Usted disculpe”.
Ni una ramita vendió a los que
bajamos en esa parada.
Malas épocas para estos negocios.
ResponderEliminar