Dentro de la profesión periodística no hay nada peor que quedarte sin nada que decir, o que lo que digas sea totalmente erróneo.
Ha sucedido durante la reciente ceremonia
de coronación de Carlos III del Reino Unido. Muchos comentaristas, de determinada
orientación ideológica, han afirmado, con sorna, que los reyes de España no
habían estado muy bien ubicados en la ceremonia. Bueno, también lo han hecho
otros que están en las antípodas políticas de los anteriores. Si hay algo de lo
que puedan presumir los monarcas hispanos es del número de enemigos.
Pero sucede que los británicos,
pragmáticos como de costumbre, no se complican mucho la vida. Simplemente
ubican a los monarcas foráneos en función de la antigüedad que llevan en el trabajo.
Ni más ni menos.
Tal vez sea porque de esa manera se
coloca delante a los más sobrados de años, y por tanto más sobrados de dioptrías
y presbicia. Unos genios los británicos.
A lo mejor, aplicando ese criterio aquí, cierto ministro se hubiera evitado un bochorno.
Como bien dices, poco tenían que comentar si se han dedicado a esas minucias.
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