A estas alturas pocos podrán sostener que las intenciones de Rodríguez Zapatero hayan sido buenas. Antes existía la duda de si lo que hacía mal era por negligencia o mala fe y peversión. Yo me inclino por lo primero.
Recientemente tenemos una muestra. Desde hace muchos años se podía ir a misa en el Valle de los Caídos.
El que lo quisiera visitar como turista lo podía hacer sin problemas, y el que quisiera participar de la misa (tampoco es que el horario de ellas fuera muy amplio) también lo podía hacer. Ninguna de las dos actividades interfería en la otra. ¡Será por falta de espacio!
Pero llegó el que todo enreda y fastidia y ha prohibido las misas. Así que un destacamento de la Guardia Civil impide el acceso al recinto. ¡En las que se tiene que ver la Benemérita!
Ahora quien quiera asistir a misa allá tendrá que conformarse con las que se están organizando al aire libre. Ya habrá alguien pensando y maquinando cómo impedirlas.
Los turistas ya se van a hacer un lio y cuando vean una misa de campaña no sabrán si se trata de los benedictinos del Valle de los Caídos o de los virginianos de El Escorial, que cae relativamente cerca.
Está visto porque los españoles hacemos mucha vida en la calle.
Supongo que en su fuero interno el presidente estará todo orgulloso de haber comenzado a reprimir los cultos públicos e ir así recluyéndolos poco a poco al ámbito privado y a las sacristías.
De lo que no se da cuenta es que así ha comenzado a tirar piedras contra su propio tejado.
Y es que merced a la política supuestamente económica de este gobierno cada vez hay más gente en la calle pidiendo. Y mientras que es fácil encontrar mendigos en las puertas de las iglesias, jamás se ha visto a alguien pidiendo en la puerta de un banco. Aunque habrá quien opine que si los hay, pero están haciendo cola dentro de cada sucursal. Pero, claro, los bancos es algo contra lo que ningún gobierno que se precie de ansia de seguir en el poder arremeterá. Si se cierra el grifo de los créditos a fondo perdido, se acabó el partido.
Si algún día consiguiera cerrar las iglesias, tendrá esa legión creciente de pordioseros a las puertas de la Moncloa, y a ver quién les podrá dar limosna entonces.
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