Tarde o temprano pasará.
Un día soleado el cielo se cubrirá repentinamente de nubes, todo se oscurecerá. Las tinieblas serán omnipresentes. Truenos sobrecogedores retumbarán en toda la superficie de la Tierra. Y toda la Humanidad temblará con espanto sin saber qué sucede.
En los negros cielos se abrirá un hueco y aparecerá Cristo con sus ángeles anunciando el fin del mundo y la llegada del Juicio Final.
Millones de pecadores se sentirán espantados y paralizados ante su fin sin remedio y el castigo eterno inminente.
Y cuando la Sentencia Final esté a punto de dictarse y ejecutarse, en millones de televisores que nadie estará viendo y en millones de emisoras de radio que nadie estará escuchando, aparecerá el anuncio de alguna multinacional farmacéutica proclamando las virtudes de un nuevo fármaco ideal para evitar las consecuencias del Juicio Final y sus síntomas.
Eso sí, a precio de oro y únicamente para enfermos del Primer Mundo. De momento no habrá específicos.
Estaría seguro de que más de un laboratorio está ahora mismo trabajando en ello.
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